PER
ASPERA AD ASTRA
Rocinante lo sabía:
por fuerte que se cabalgue el firmamento
no tiembla.
Por eso reía, y en sus dientes
brillaban las estrellas
bajo la inmensidad de la noche, junto
a la fogata
que dibujaba en los rostros de los cabreros
extrañas figuras
en las que la mente alucinada del hidalgo
creía ver el efecto de sus palabras,
las ansias de infinito.
Sancho come bellotas en
un rincón del grupo
y uno de los cabreros contesta el discurso
con una larga canción de amor.
Rocinante rió aun más:
no habían comprendido nada sobre
el País de Sueño.
Mas la canción
saliendo de la boca del cabrero iba confundiéndose
con la hoguera
y encendida, se transfiguraba.
Y entonces los grandes ojos
de Rocinante
descubrieron la misteriosa relación
entre la canción de amor y el fuego,
las palabras del manchego y el silencio
del firmamento.
Echóse en la tierra
y vio cómo las llamas lamían
el cielo
haciendo descender las estrellas.
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