LA VOZ ARRASADORA
Esta es la voz de un contemplativo,
no de un hombre de acción.
Ambas razas, las únicas
que realmente existen, se miran con recelo.
Es verdad que ha habido
gloriosas excepciones, aunque bien mirados
los rostros, bien oídas las voces,
la sagrada diferencia se mantiene se mantiene,
y aún se torna trágica.
Pero el contemplativo entiende
y muchas veces ama el rayo de la acción.
Casi nunca lo contrario ocurre.
Esta es la voz absorta de
un oscuro, de un oculto, que ha tenido
peregrinas ambiciones.
Enumerarlas sería
realizar un inventario del delirio.
Baste decir que ha querido
romper los límites del fuego en
las palabras
y ha vuelto al círculo
del hogar con un puñado de cenizas.
No, sin dudas no lo comprenderéis,
salvo los que sois del indecible oficio.
Estos hombres se alimentan
de lo que hacen; hasta sus sueños
y sus fantasmagorías son quehaceres,
hechos.
¿Como entender a
uno que no ha poseído nunca nada;
que no ha tocado una cosa desnuda de alusión;
que sólo vive y muere
en el mundo de lo otro, en el inalcansable
reino de las transposiciones:
a uno que, de pronto, necesita
escribir, como se necesita la comida o
la mujer?
Su suerte es dura, extraña,
también irrenunciable. Y sin embargo
o por lo mismo, ya no me preguntéis,
cada vez que oye la voz arrasadora de
la vida, arroja su fantástico tesoro
y sale cantando y llorando
y resplandeciendo, y va silencioso a ocupar
el puesto que le asignan.
Marzo de 1960