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CÉSAR
LÓPEZ
(1933)
Dentro
del tono conversacional, César López
transita desde lo elegíaco hacia
lo anecdótico, incorporando a su
discurso ciertas notas irónicas o
reflexivas, que lo distinguen entre los
poetas del coloquialismo. La vida urbana,
el paisaje citadino, mueven algunas de sus
mejores páginas, en las que también
suele advertirse un marcado carácter
ideológico, un interés por
intervenir críticamente en la vida
cotidiana, a la que no solo desea reflejar,
sino también comentar. Hay en el
fondo un sentido ético que se apoya
en vidas concretas (personajes) con experiencias
desgarradoras; asimismo, López ha
cultivado la crítica literaria y
el cuento. Véase el poema Si
hubiera sido posible.
Obra referencial: López, César:
Segundo libro de la ciudad, Ediciones
Unión, La Habana, 1989.
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[SI
HUBIERA SIDO POSIBLE...]
Si hubiera sido posible
detectar previamente su existencia, su
rostro.
un gesto leve de la mano o algo, al menos,
en su manera de hablar.
Si alguien hubiera descubierto el modo
de eliminarlos para siempre.
Si, en fin, borrados ya, no continuaran
siendo estorbo, peso muerto
y doloroso para muchos.
Quizá en la ciudad no hubiesen
aparecido, no hubiera habido que sufrir
sus
hechos.
Pero resulta que existen, saltan como
liebres y como ellas
se multiplican y perturban donde menos
se piensa.
y están, entonces, desde la sombras
señalando
no importa qué mentira, certeza,
odio, cualquier marca.
Tomaron por asalto la ciudad. Aprovecharon
su descuido.
Se instalaron.
Desde la infancia, desde
los siglos eran admitidos; y en los bancos
de todas las escuelas, en las primeras
filas o en las calles de tierra o de
cemento,
tuvieron siempre el ademán, la
mano lista para levantarla:
Señorita, fue Juan, fue Pedro,
fue María. Y como entonces,
más allá del detalle de
la acción, puede que sucediera
que no fueran ni Juan, ni Pedro ni María.
Aunque el tiempo ha pasado y las cosas
no son como eran antes.
estas gentes siguen haciendo de las suyas.
Son los acusadores que se alzan contra
muchos, no importa
que existiera una razón, ellos
torcieron la verdad, inventaron,
magnificaron riesgos y se han ido escudando
tras el peligro grande,
cierto, que amenaza a todos.
El señor director, el compañero
director de un centro de becados,
tiene un carácter recio, una moral
sin tacha y no podría admitir ninguna
falla.
Su tarea consiste, según atribución
propia y sostenida
por algún semejante que ordena
más arriba,
entre otras cosas, en despreciar la honestidad,
la palabra, el trabajo.
Para entender, no se trata siquiera de
hurgar en el pasado,
de ver lo que se esconde tras el filo
de sus inmaculados pantalones
de dril cien muy bien almidonados.
Quien lo contempla sabe cómo agrega
a una falta,
cuando juzga la mierda, la carroña
de su vida
y está dispuesto
a destruir el nombre, el pedazo
más noble de cualquiera.
¡Ay de la ciudad que sufre los escarnios!
¡Que se humilla en silencio!
¡Que soporta familias asombradas,
y no entiende las nuevas
persecuciones y castigos!
entonces el alumno Juan Jacobo fue arrastrado,
literalmente humillado, fuera de los suyos,
llevado a extraños
lugares de hacinamiento y odio que nunca
debieron existir.
Fue condenado. Aquel indefenso muchachito
que conocía todos los sitios de
la geografía, el rigor
de los campos bajo la lluvia, entre los
cafetales del trabajo,
el hambre en el antiguo exilio de sus
padres, el miedo
a no ser todo lo que el momento y él
mismo le exigían.
Aquel joven fue cercenado.
Hubo complicidad, más que silencio,
el gesto torvo y hasta el chiste más
horrible y obsceno.
El señor director se pavoneaba,
gritaba
apoyado en una supuesta interpretación
correcta de la historia
¡También ese! ¡También!
(Muchedumbre de gritos y ademanes).
Naturalmente, dijo, que jamás en
su vida había temido esa clase
de desviaciones.
agregó entonces una risa de anuncio
de hormonas masculinas, se tocó
el sexo.
es cierto que con cierta dificultad o
recato, no se sabe
si motivado por el excesivo almidón
de sus pantalones
o por los cincuenta y tantos años
que carga entre las piernas.
El alumno Juan Jacobo tenía apenas
diecisiete años recién cumplidos.
Casi pudo haber muerto, además
de su vida tronchada por un tiempo o tal
vez para siempre.
Mezclado a otras gentes ya no humanas.
Con las vergüenzas a cuestas. Inútil.
Víctima como tantos.
El señor director fue promovido,
y paradójicamente, entre homenajes,
un teatro de la ciudad lleva el nombre
de un maricón famoso.
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